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males paranormales en automoviles


gorgoran

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Un poco larga esta carta que alguien manda a un consultorio sentimental de coches, si la empezais, pasada la introducción vereis que no tiene desperdicio...

 

 

 

Si ustedes tuvieran, queridos lectores, que formular un ejemplo para cada forma de falacia lógica, y son muchas, no necesitarían apartarse del ubérrimo campo de lo «paranormal». Algunos ejemplos:

 

Falacia de petición de principio (petitio principii): existe el alma porque no todo tiene una explicación material (por ejemplo, el alma).

 

Falacia de correlación coincidental (post hoc, ergo propter hoc): hay más avistamientos de OVNIS desde que existen las armas nucleares, luego la aparición de OVNIS tiene que ver con esas armas.

 

Falacia de conclusión irrelevante (ignoratio elenchi): la ciencia no lo puede explicar todo, luego pueden existir los demonios.

 

Falacia de apelación a las consecuencias (argumentum ad consequentiam): si no prestamos atención a la percepción extrasensorial, no podremos aprovechar esa capacidad.

 

Pero el tarot por teléfono es un negocio próspero, estadistas con gran capacidad de destrucción han recurrido a astrólogos (por ejemplo, Ronald Reagan), dios (el que corresponda a cada población) sigue siendo causa de muchas muertes (siempre más que el diablo, por cierto), la palabra «OVNI» produce en una busqueda de Google casi cinco veces más resultados que la palabra «hambre» (en inglés, «UFO» y «starvation», si lo quieren comprobar).

 

Ese caudal de necedad animista y pseudocientífica está completamente desaprovechado en el sector que tratamos, como muy bien expone este corresponsal en su extensa carta titulada:

 

 

 

Aprovechamiento comercial del lado oscuro del automóvil

 

 

 

Estimado señor Solo:

 

Mi nombre es Lysander Starr, nací en los USA, en la ciudad de Topeka, donde mi familia vive desde hace mucho tiempo (mi bisabuelo, que se llamaba como yo, fue alcalde de esta ciudad en 1890).

 

En 1974 me vine a España de vacaciones, conocí a una española y aquí sigo hasta ahora. Mientras estaba trabajando, volvía todos los veranos a mi país, donde mi hermano mantiene habitable mi casa de allí, y en condiciones de funcionamiento mi Ford Mustang del 68. Desde hace un par de años esas visitas son más frecuentes, porque tanto mi mujer como yo estamos prejubilados.

 

Por las condiciones económicas en que hemos quedado y por las pocas necesidades que tenemos, no sufrimos estrecheces. Aun así, llevo estos dos años dándole vueltas a hacer algo productivo. Como me gusta enredar con los hierros, primeramente pensé en poner en España un taller especializado en coches americanos.

 

Estaba dándole vueltas a eso durante una estancia en Topeka, cuando tuve la gran alegría de recibir una carta en la que Ford me pedía que asistiera a un clinic, por ser propietario de un Mustang.

 

La reunión fue un poco decepcionante para mí, aunque muchos de mis compañeros estaban entusiasmados. Hablamos de nuestros coches viejos y de lo que debería tener el nuevo; ellos se referían principalmente a cosas como el tamaño de las ruedas, la capacidad de remolque o el nombre del motor.

 

Nos acompañaban dos jóvenes de Ford muy agradables que tomaban notas de lo que decían mis compañeros de reunión (yo hablaba poco). Un tejano con vozarrón de tejano dijo que el nuevo Mustang debería tener imperativamente «un sólido y robusto gran eje rígido». Los dos jóvenes de Ford se quedaron muy impresionados, aunque creo que ninguno de ellos sabía a ciencia cierta qué es un eje rígido. Aquí decimos a menudo «live axle» para referirnos a eso, y supongo que a los jóvenes les pareció mejor que el eje estuviera vivo que otra cosa.

 

A partir de ahí me desconecté de la conversación y, al hacerlo, mi pensamiento se disparó en una dirección que aún ahora me sorprende. Verá usted, yo acababa de terminar «El mundo y sus demonios», de Carl Sagan, un libro que me dejó con una rara sensación, mezcla de pesar y de asombro, por lo crédulos que llegan a ser muchos de mis compatriotas.

 

No me pregunte por qué lo hice lo que le voy a relatar, ni yo mismo lo sé y no quiero saberlo porque me da miedo encontrar la respuesta. Después de la reunión, abordé al joven que parecía estar al cargo de ese asunto y, con el tono de voz más misterioso que pude poner, dije:

 

— En los coches, como en los animales, hay líneas invisibles que guían su evolución.

 

— Oh, que idea tan útil— dijo miestras tomaba nota en una de esas agendas electrónicas de bolsillo.

 

— Así es. Es una conclusión necesaria de la teoría del «sentido desdoblado», de David Bohm. La naturaleza es un todo fractal en el espacio, pero también en el tiempo. Cada parte de ese todo contiene los elementos de lo que precede y de lo que sigue.

 

— Creo que lo comprendo— dijo a la vez que ponía cara de no comprender nada. Entonces ¿dice usted que en su Mustang del 68 se puede ver algo del modelo que lanzaremos en 2004?

 

— No es sencillo. No hay que mirar al coche como tal coche, como tampoco se puede saber nada de una pirámide si la vemos como unas piedras amontonadas.

 

— ¿Y usted sabría ver esos hilos de los que me habla?

 

En ese momento, otro de los asistentes se unió a nosotros y ya no pude seguir la conversación.

 

Salí de aquella reunión pensando que era un inconcebible imbécil por haber dicho todas aquellas estupideces. Lo de David Bohm lo he consultado un par de veces y, como cualquier persona normal, jamás he entendido de qué demonios habla ese hombre. Lo de los fractales lo dije para añadirle lenguaje técnico a la cosa. Lo de las pirámides, bueno, cualquiera que se sienta mínimamente atraido por «lo oculto» piensa que una pirámide es algo muy misterioso.

 

Se imaginará mi sorpresa cuando, no mucho después, recibí un mesaje donde aquel joven me anunciaba que, casualmente, iba a hacer un viaje desde Dearborn hasta Topeka, así que sería una ocasión buena para vernos. Se hará usted cargo de que, en toda la historia de los Estados Unidos, nadie ha hecho casualmente un viaje desde Dearborn hasta Topeka.

 

Acudimos al Tex-Mex más indigesto de Topeka para almorzar y, ya en casa, le hice beber tres cócteles que preparo con vermut, maraschino y uno de los bourbon más venenosos del país (pruebe usted Marker's Mark). Ya dentro de mi garaje, lo senté en una silla baja detrás del escape y arranqué el Mustang para que inhalara una dosis no letal de monóxido de carbono.

 

No le puedo repetir la sarta de sandeces pseudocientíficas y parapsicológicas que iba soltando, porque me da demasiada vegüenza. Sólo le diré que, para concluir, le enchufé en la cara la lámpara estroboscópica de calar el encendido y dije afectadamente:

 

— Veo, veo... oh es confuso. Viene hacia nosotros. Si, ahora está claro ¡Mirelo! ¡Es un eje rígido con barra Panhard!

 

— ¡Sí, sí! ¡Yo también lo veo!— gritó exhaltado.

 

Algún tiempo después me encuentro con dos hechos que, unidos, indican qué camino debo seguir. Uno es que Ford hace la suspensión delantera del Mustang inspirándose en un BMW M3, mientras que —ante la perplejidad de quienes no conocen el incidente de mi garaje— la trasera parece inspirada en un Seat 124.

 

El otro es es el consultorio automovilistico sentimental que usted atiende, señor Solo: el negocio que me he propuesto es un consultorio automovilístico esotérico.

 

Testigos que se encienden y apagan misteriosamente, tirones que sólo se manifiestan cuando no hay un mecánico delante, crípticos desgastes de neumáticos, ruidos guturalmente irrepetibles de procedencia incierta, todos esos sucesos trataré, señor Solo. Daré calor a quienes han sido desahuciados en los talleres. Quitaré el mal de ojo de los caudalímetros, bendeciré pastillas de freno antes de instalarlas y exorcizaré sondas Lambda.

 

Mi gran duda en este momento, y la razón por la que le escribo es: ¿dónde cree usted que puede ser más prospero mi negocio, en Estados Unidos o en España?

 

Atentamente: Lysander Starr

 

Mi querido señor Starr, permítame felicitarle porque creo que ha dado usted con un filón sin explotar que puede ser una fuente de riqueza formidable. Su hallazgo es sencillamente genial y —debo decirlo— me provoca una enorme envidia no haber sido yo quien se ha dado cuenta de algo que, después de expuesto por usted, parece evidente.

 

Los afectos a lo esotérico son generalmente misoneistas y tienen aversión a la tecnología; siempre ha sido así. En el catálogo de penitencias más usado durante el siglo XI, que redactó entre 1008 y 1012 el obispo de Worms llamado Bruchard, figura que la penitencia para el pecado de masturbación son «veinte días a pan y agua». Mas ¡ah! esa es la penitencia que se debe imponer si la masturbación ha sido realizada con la mano, pero debe ser el doble —cuarenta días a pan y agua— si se ha llevado a efecto con una «madera perforada». Tamaña inquina contra la tecnología explica que, transcurrido casi un milenio, tales menesteres sigan siendo un trabajo manual.

 

Siendo así que los animistas suelen abominar de lo terrenal ¿por qué obligarles a acudir a algo tan prosaico como un taller mecánico? ¿por qué no darles la oportunidad de encontrar explicaciones paranormales y remedios esotéricos a sus averías?

 

Pero vayamos a su interesante cuestión. Si ha leído esa obra de Sagan tendrá los escalofriantes datos sobre la cantidad de personas de su país que consideran perfectamente posible el hecho de que los extraterrestres secuestren, examinen y abusen s..ualmente de las personas (con instrumentos no mucho más sofisticados que una madera perforada, para deshonra de los científicos extraterrestres).

 

Unos músicos estadounidenses tan competentes e imaginativos como los de Echolyn dicen que «si la lógica y la razón son los dioses que sigues, entonces te ahogarás en el vacío de tu alma» (cita). De hecho, antes los rockeros melenudos eran casi un trasunto de Satanás (oigase «Escaleras al cielo» al revés), y ahora muchos de esos melenudos de guitarras estridentes le agradecen a dios su intervención en el disco.

 

Los extraterrestres secuestradores y satiriásicos son la versión de la era espacial de nuestros demonios medievales íncubos y súcubos. Es decir, el pensamiento crítico y el saludable escepticismo falta igualmente a ambos lados del Atlántico (y del Pacífico), aunque se manifiesta de diferente manera.

 

Mi consejo, no obstante, es que se establezca en España. La razón es que, a no mucho tardar, habremos importado todo lo negativo que tienen ustedes allí, pero sin perder nuestros defectos autóctonos. Aquí, una misma persona puede pagar fuertes sumas por llevar a cuestas una imagen durante una procesión, acudir a un curandero, consultar a Rapel por teléfono y recelar de los extraterrestres. Además, podrá hacer todo eso y también dirigir la rama correspondiente de una multinacional.

 

Estimo que, si se establece usted en España y extiende su negocio por Europa, bastará con que dé con la persona adecuada —sea un becario laboralmente flexible o un gran jefe de contrato blindado— para estar en disposición de colocar, por vía mística, un eje rígido en un futuro BMW M3.

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