Juan se fue de vacaciones con gran parte de la familia, incluida su suegra, a Europa y el Medio Oriente.
A mitad de la gira, cuando estaban visitando Jerusalén tuvo la mala suerte de que se muriera su suegra.
Ya con el certificado de defunción, fue al Consulado de su país en Jerusalén para iniciar los trámites de repatriación de los restos.
Lo primero que hizo el cónsul fue advertir a Juan:
- Mire caballero, los gastos de repatriación son bastante caros y complicados. La tasa de este servicio le va costar al menos unos 25.000 dólares. Lo que la gente acostumbra hacer en estos casos, es no repatriar los restos y enterrar a la persona aquí en el cementerio local, donde los costes no llegan ni a $100 dólares.
Juan pensó un momento y luego respondió:
- Le agradezco la oferta señor cónsul pero no importan los costes, prefiero llevar los restos de mi suegra de retorno a mi país.
- Usted debe haber querido mucho a la señora, ya que es apreciable la diferencia de dinero que hay entre sólo $100 y 25.000 dólares.
- No, no... para nada - contestó Juan- sólo que conozco un caso de hace algunos años en que alguien murió aquí en Jerusalén y resucitó al tercer día. ¡Y yo, definitivamente, no quiero correr ese riesgo!